Entrevista a Ivana, opositora a Guarda Forestal

- ¿Cuándo supo que el de forestal era el trabajo ideal para usted?

- Lo mío es vocacional. Cuando era pequeña quería ser veterinaria porque me encantaban los animales. Más adelante unos forestales de mi pueblo, al ver que me gustaba mucho salir al monte, coger setas, ver los distintos aprovechamientos, estudiar los bichos, me dijeron que ése iba a ser mi camino. Comencé a salir con ellos, a conocer en qué consistía su labor y comprobé que era cierto: ahí estaba mi verdadera vocación.

- ¿Qué formación recibió?

- Ingresé en la Escuela Forestal de Jaca para obtener el Título de Grado Medio y en Zaragoza, posteriormente, para el Grado Superior.

- Luego llegan las oposiciones. ¿Es un largo camino?

- Lo cierto es que sí. He tenido que poner mucho trabajo y esfuerzo para llegar donde estoy ahora, pero yo lo tenía muy claro y la meta merecía la pena. En cuanto a los exámenes en sí, estudiar los temas relacionados con el medio natural y la legislación forestal no me suponía demasiada dificultad, como tampoco me resultaron difíciles las pruebas físicas. Otra cosa diferente era la legislación general, que me parecía de lo más aburrida. Pero, quien algo quiere...

- ¿Cuándo salió por primera vez con el uniforme de forestal?

- En el año 2004, cuando obtuve una plaza como interina aquí, en La Rioja, para trabajar en la zona de Las Viniegras. Tenía entonces veinticinco años.

- ¿Ha desarrollado otros trabajos relacionados con el monte?

- Sí. Mientras estudiaba, participé durante seis años en retenes de incendios, en brigadas de tierra y en brigadas helitransportadas. Ahí tienes ocasión de ver el trabajo forestal muy de cerca y tomas conciencia de lo duro que resulta apagar un incendio, el riesgo que corren las personas que acuden a extinguirlo y la inmensa pena que se siente al ver cómo se destruye la naturaleza.

- ¿Por cuántas zonas ha pasado hasta obtener la plaza definitiva?

- Mi primer puesto como forestal lo tuve también en La Rioja, en el año 2004, con una interinidad de seis meses en la zona de Las Viniegras. Después permanecí casi tres años en Teruel, en la Sierra de Cucalón, que es una zona bastante desconocida. Allí aprendí mucho de mis compañeros, sobre todo de uno en concreto que tenía una visión de la conservación del monte muy autosuficiente, en la que con poca inversión se lograban resultados muy interesantes. Para mí fue un auténtico maestro y aproveché el tiempo que estuve con él al máximo. En mayo tomé posesión de mi plaza y llevo tres meses aquí, en una zona comprendida en la Mancomunidad de Canales, Mansilla y Villavelayo.

- Tras unos meses tranquilos en cuanto a incendios, el verano llega a su término con varios incidentes.

- Sí, la verdad es que los meses estivales transcurrieron tranquilos a pesar del riesgo existente por la sequedad del terreno: casi no había llovido durante la primavera y las temperaturas han sido muy elevadas, lo que ha dejado el terreno muy débil.

- Ésa es, quizás, la parte más dura de su trabajo, ¿no?

- Sí. Lo más desagradable para mí es la desesperación que sientes ante un incendio, cuando ves que no puedes hacer nada... También te ves muy impotente cuando, después de haber trabajado durante un año con especies amenazadas, llega una epidemia y se va al traste una población. Es frustrante.

-¿Y lo más gratificante?

-Saber que estás colaborando cada día en la protección de la naturaleza. Además, me encanta salir al monte y ser testigo en primera persona de su ritmo: la floración de la primavera, el celo de las distintas especies, el nacimiento de los pollos, la aparición de las setas... Es una maravilla comprobar sobre el terreno cómo avanza todo al compás de las estaciones. También me encanta trabajar con los niños, porque son los herederos de todo esto y es muy importante que tomen conciencia pronto.